EDUARDO: Hay quienes desean su muerte, hay quienes pronostican que morirá siendo presidente, y hay quienes aseguran que renunciará por motivos de salud. Que de cualquier manera no acabará el gobierno. Yo deseo que acabe su mandato. Lo quiero por sentido común y por amor a México. Su muerte en la silla o su renuncia –que no es conveniente que ocurra ninguna de estas dos posibilidades en el sexenio- serían catastróficas. Habría caos, revueltas, más violencia, más masacres, peleas intestinas por el poder y la intervención directa del Ejército en las calles y plazas para poner orden; entonces caeríamos en donde no deseamos: La tiranía militar.
Cualquier de los escenarios sería apocalíptico para México.
De por sí, ha complicado –perversa o ingenuamente- el gobierno para quien o quienes le sucedan. El país se encuentra sumido en el encono y la polarización. Es un auténtico margallate que va a costar tiempo, luchas y sacrificios resolver, para llegar a la reconciliación nacional. Serán tiempos de encarnizadas controversias políticas, en los que poner orden no se antoja una tarea sencilla.
Ya nadie cree lo que dice sistemáticamente, que todo lo malo es obra de sus adversarios o herencia de los regímenes pasados. Los cuatro años que lleva en el gobierno son para que al menos ya no eche la culpa de las desgracias a los “conservadores”.
La economía anda mal. La inflación está en niveles que causan alarma grave, y prácticamente estamos pisando el umbral de la recesión.
Por querer controlar a las Fuerzas Armadas para tenerlas sumisas a sus pies, ha caído en una espiral irreversible. Ha despertado al monstruo. Al Ejército le ha dado más poder que el que originalmente tenía. Lo corrompió más, con prebendas. Lo hizo empresario (constructor, hotelero, ferrocarrilero, etcétera), lo metió en los negocios y lo puso en un lugar de donde difícilmente querrá bajar. El colmo de la ocurrencia, ahora quiere hacerlo hasta dueño de una línea aérea, lo cual no será posible porque hay normas legales nacionales y leyes internacionales que lo impiden.
Por otro lado, los cárteles del crimen organizado están desatados, peleándose territorios abiertamente porque la autoridad lo ha permitido. Si el gobierno y el Ejército tienen vínculos con los cárteles está por demostrarse. Ahora son sólo suposiciones basadas en ciertas evidencias que han exhibido los hackers del Guacamaya Leaks.
Se gobierna con ocurrencias y asegura que la corrupción fue desterrada. ¿De veras? Nomás por citar algo, el poderoso y riquísimo Grupo Vidanta manejará los hoteles que se proyecta levantar en lugares estratégicos para el turismo en la ruta del Tren Maya. Por el momento, ese grupo, donde trabaja el hijo del presidente, moderniza la infraestructura de las Islas Marías para hacer de ella un exclusivo balneario.
El presidente comete errores históricos. No se sabe si ingenuamente o con perversidad. El convenio o tratado con Rusia en materia espacial, es temerario. Tal vez lo hace pensando en asegurar la protección de Putin a México y a él mismo, ante los amagos y acciones del gobierno norteamericano, pero lo que hace es provocar al vecino que de por sí nos tiene en la mira.
Abrir o poner a disposición de Rusia el territorio nacional para instalar bases disfrazadas de lo que sea para “proyectos espaciales”, es un acto fuera de sí. Estados Unidos no va a permitir de ninguna manera que su enemigo –Rusia- toque a las puertas de su casa y vigile todos sus movimientos a través del ojo de la cerradura. Una potencia como Rusia no sólo quiere espiar.
¿Qué es lo que él maquina?
¿Hasta dónde quiere llevar a este país?
Si cree que al menos en eso de Rusia el Ejército va a secundarlo, se equivoca. Los altos mandos de las Fuerzas Armadas han sido adiestrados, educados y hasta apapachados por Norteamérica y son, por supuesto, afines a la política e ideología de nuestro país vecino.
Cuidado. No se debe estar jugando con las fuerzas del poder impunemente.
Tal vez Venezuela cuente con el apoyo militar y táctico de Rusia, pero en distancia una cosa es ese país y otra México. No puede borrar los tres mil kilómetros que hacen nuestra frontera con los Estados Unidos, tampoco puede ignorar que con sólo cruzar el río ya estamos en uno u otro lado; somos vecinos y tenemos historia, intereses y negocios comunes.
Que siga en la presidencia. Que no muera en el gobierno, tampoco que renuncie. Ninguno de los dos escenarios es conveniente para la estabilidad interna del país.
Que acabe su mandato y se vaya. Ni un minuto más.
Al que venga –conste, no dije “a la” que venga- le va a resultar complicadísimo rearmar al país.