En política, los tiempos son fatales… En teoría porque como se está presentando el actual proceso electoral, cada aspirante y cada partido, ha hecho lo que le ha venido en gana, frente a un árbitro dócil, petrificado y sin ganas de aplicar los reglamentos establecidos. En esa fatalidad, caben todos. O deberían caber.
A apenas unos días de saberse los nombres de los candidatos, en el IEPC, no hay una sola certeza. La institución en cuestión, ha sido omisa y se ha sometido a diversas “adecuaciones” a la ley, que no corresponden al de un coordinador responsable de un proceso de la mayor importancia para los chiapanecos.
Importante, no por los candidatos —porque éstos, no han construido siquiera un discurso coherente y confiable—, sino porque, por primera vez, los jóvenes tendrán mayoría frente a las urnas. En otras palabras, el porcentaje de jóvenes que votarán por primera y segunda ocasión, es mayor al de adultos, lo que podría inclinar la balanza hacia el candidato que se identifique más con ellos.
En esa lógica, es responsabilidad de los jóvenes, tomar su mejor determinación, a favor del candidato que no solo se identifique con ellos, sino aquel que les proponga un verdadero plan de desarrollo; una plataforma política incluyente que les garantice espacios laborales estables y desde luego, bien remunerados.
Será también responsabilidad de los jóvenes electores, ser exigentes con quien elijan y sean por lo mismo, formadores de una nueva generación de ciudadanos, alejados del conformismo y en cierto modo, la complicidad con los políticos corruptos.
En cuanto a quienes usufructúan siglas partidistas para hacerse del poder, deben atender los tiempos que les corresponden. No deberíamos estarles viendo imitando las groseras mañas de sus padres, ni utilizando recursos públicos para promover imágenes borrosas, bajo la pretensión de una buena política que no practican ni de broma.
Es insultante ver cómo, en el enfermizo afán de alcanzar el poder, pasen por encima de la ley y dejen a las autoridades electorales como trapo de cocina; es vergonzoso tener que admitir que las llamadas “generaciones del cambio”, han resultado ser peores que aquellas que engendraron, alimentaron y promovieron la corrupción, al grado que hasta el mismo presidente de la república (criatura de anquilosados políticos trinqueteros), le llame a ese mal, “cultura”.
Fue precisamente la fatalidad del tiempo, la que sacó al PRI del gobierno y fue esa misma fatalidad, la que lo regresó y dejó fuera todo intento de alternancia política. Ha sido esa misma predestinación la que obligó la creación de la tendencia de izquierda, muerta por las mismas razones, de tal manera que la “cultura” de la corrupción, dejó ver sus miserias aun en los que, desde el PRD inicial y cualquier otro movimiento social, se habían alzado como la esperanza del país.
No cabe duda que hoy, quienes son producto de la corrupción —incluidos los mesiánicos y fanfarrones perdonavidas—, ven en ese mal, la oportunidad para lucrar electoralmente, recurriendo a prácticas francamente discordantes con el México que todos quieren, pero nadie se atreve a exigir con actos contundentes.
Si en manos de los jóvenes está la elección del futuro gobernador, debemos estar atentos a su decisión y debemos alentarlos a tomar la mejor, frente a un panorama desolador. Corresponsabilidad de todos es elegir, por desgracia, al menos corrupto.
El IEPC, por su parte, debe garantizar un proceso limpio; dejar atrás rancios métodos de sumisión frente al gobernante en turno y trabajar porque cada uno de los que infrinjan la ley, sea debidamente sancionado y por supuesto, que no se otorguen concesiones de ninguna naturaleza a partidos y candidatos.
El tema de la reelección de alcaldes, es preocupante. Ninguno ha entregado su cuenta pública y por ahí, deben empezar a aplicar criterios responsables para evitar que la corrupción, siga ese curso perverso. Del IEPC depende también, el futuro inmediato de Chiapas.
En Chiapas, la fatalidad del tiempo, pese a las prórrogas al margen de la ley, han de cumplirse. Y en eso, han perdido todos. Autoridades y candidatos; partidos y sociedad.